domingo, 9 de junio de 2013

conosca de la vida de un hombre ejemplar apostol Pablo 1ra parte

La Vida de San Pablo
James Stalker
Índice:
 Capítulo 1: Lugar de Pablo en la Historia
 Capítulo 2: Su Preparación Inconsciente Para Su Obra
 Capítulo 3: Su Conversión
 Capítulo 4: Su Evangelio
 Capítulo 5: La Obra Que Aguardaba al Obrero
 Capítulo 6: Sus Viajes Misoneros
 Capítulo 7: Sus Escritos y Su Carácter
 Capítulo 8: Cuadro de Una Iglesia Paulina
 Capítulo 9: La Gran Controversia de Pablo
 Capítulo 10: El Fin
Capítulo 1
LUGAR DE PABLO EN LA HISTORIA
El hombre necesitado por el tiempo
Hay algunos hombres cuya vida es imposible estudiar sin recibir la impresión de
que fueron enviados al mundo expresamente para hacer una obra demandada por las
exigencias de la época en que vivieron. Por ejemplo, la historia de la Reforma no puede
ser leída sin admirar la disposición providencial por la que hombres tan grandes como
Lutero, Zwinglio, Calvino y Knox se levantaron simultáneamente en diferentes partes de
Europa con el objeto de romper el yugo del papado y publicar de nuevo el evangelio de
gracia. Cuando el avivamiento evangélico, después de haber sido de bendición para
Inglaterra, estuvo próximo a romper en Escocia y terminar el triste reino del
Moderatismo, se levantó con Tomás Chalmers una inteligencia capaz de absorber por
completo el nuevo movimiento y de bastante simpatía e influencia para difundirlo hasta
en los más remotos confines de su país natal.
Ninguna vida mejor que la del Apóstol San Pablo ha producido esta impresión de
que venimos hablando. El fue dado al cristianismo cuando éste se hallaba en los
primeros momentos de su historia. El cristianismo, en verdad, no era débil, y ningún
hombre puede ser considerado como indispensable para aquel, pues llevaba en sí
mismo el vigor de una existencia inmortal y divina que no podía menos de revelarse en
el curso del tiempo. Pero si reconocemos que Dios hace uso de los medios que se
recomiendan aun a nuestros ojos como adaptados al fin que tiene delante, entonces
debemos decir que el movimiento cristiano, en el momento en que se presentó San
Pablo en la palestra, necesitaba en extremo de un hombre de extraordinarias dotes,
quien, poseído de genio, lo incorporase en la historia general del mundo; y en Pablo
encontró al hombre que necesitaba.
Un tipo del carácter cristiano
El cristianismo obtuvo en Pablo un tipo incomparable del carácter cristiano. En
verdad, ya poseía el modelo perfecto del carácter humano en la persona de su
fundador; pero él no fue como otros hombres, porque nunca tuvo que luchar con las
imperfecciones del pecado; y el cristianismo necesitaba aún demostrar lo que podía
hacer de la naturaleza humana imperfecta. Pablo proporcionó la oportunidad para demostrar
esto. Naturalmente era de gran fuerza y alcance mental. Aun si nunca hubiera
sido cristiano siempre habría sido un hombre notable. Los otros apóstoles habrían
vivido y muerto en la oscuridad de Galilea si no hubieran sido elevados a un lugar
prominente por el movimiento cristiano; pero el nombre de Saulo de Tarso hubiera sido
recordado bajo algún carácter, aun cuando el cristianismo nunca hubiera existido. En
Pablo el cristianismo tuvo la oportunidad de demostrar al mundo toda la fuerza que
traía consigo. Pablo estaba convencido de esto, aunque lo expresó con perfecta
modestia cuando dijo: "Por esto fui recibido a misericordia para que Jesucristo
mostrase en mí el primero toda su clemencia para ejemplo de los que habían de creer
en él para vida eterna".
Su conversión probó el poder del cristianismo para destruir las más fuertes
predisposiciones y estampar su propio tipo en una gran naturaleza por una revolución
tan instantánea como permanente. La personalidad de Pablo era tan fuerte y original,
que de cualquier hombre se hubiera esperado, menos de él, un cambio tan completo;
pero desde el momento en que tuvo contacto con Cristo quedó tan dominado por su
influencia que por todo el resto de su vida su deseo dominante fue el de ser un mero
eco y reflexión de Aquel para el mundo. Pero si el cristianismo demostró su fuerza por
la tan completa conquista que hizo de Pablo, no demostró menos su valor en la clase
de hombre que de él hizo, cuando Pablo se entregó a su influencia. Satisfizo las
necesidades de una naturaleza peculiarmente hambrienta, y nunca, hasta el fin de su
vida, reveló en lo más mínimo que esta satisfacción hubiese disminuido. Su
constitución original estaba compuesta de materiales; finos: pero el Espíritu de Cristo,
pasando a ellos, los levantó a un grado de excelencia del todo sin igual. Ni a él mismo
ni a otros le fue dudoso que la influencia de Cristo le hiciera lo que él fue. El verdadero
lema de su vida sería su propia frase: "y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí". En
verdad, Cristo fue tan perfectamente formado en él que podemos estudiar el carácter
de Cristo en el suyo; y los principiantes tal vez pueden aprender mucho más de Cristo
por el estudio de la vida de Pablo que por la de Jesús. Había en Cristo mismo una
concurrencia tal de todas las excelencias que impidió que su grandeza fuera
vislumbrada por el principiante a la manera como por la perfección misma de las
pinturas de Rafael quedan decepcionados los ojos sin educación cuando las ven. En
Pablo, en cambio, unos pocos de los más grandes elementos del carácter cristiano
estuvieron expuestos con tan clara determinación que ninguno puede dudar de su
existencia, así como las características más prominentes de las pinturas de Rubens
pueden ser apreciadas por cualquier espectador.
El pensador del cristianismo
En segundo lugar, el cristianismo obtuvo en Pablo un gran pensador. Por el
momento esto era especialmente lo que necesitaba. Cristo había partido del mundo, y
aquellos a quienes dejó para que le representaran eran pescadores sin instrucción, y la
mayor parte sin ninguna notabilidad intelectual. En un sentido, este hecho demuestra
una gloria peculiar del cristianismo, porque prueba que no debe el lugar que tiene como
una de las grandes influencias del mundo a las habilidades de sus representantes
humanos: no por fuerza, ni por poder, sino por el Espíritu de Dios se estableció el
cristianismo en la tierra. Sin embargo, si miramos al pasado, claramente podemos ver
cuan esencial era que un apóstol de educación y carácter diferentes se levantara.
Cristo una vez por todas había manifestado la gloria del Padre y había completado
su obra expiatoria. Pero esto no era suficiente. Era necesario que el objeto de su
venida se explicara al mundo. ¿Quién era el que había estado aquí? ¿Qué fue lo que
precisamente hizo? A estas preguntas los primeros apóstoles podían contestar con
respuestas breves y populares; pero ninguno de ellos tenía el alcance intelectual o la
disciplina mental necesarios para responder satisfactoriamente al mundo de las
inteligencias. Felizmente no es esencial a la salvación poder contestar a tales
cuestiones con exactitud científica. Hay muchos que conocen y creen que Jesús fue el
Hijo de Dios y murió para la remisión de los pecados, y que confiando en El como en su
Salvador son purificados por la fe, pero que no podrían explicar estas afirmaciones sin
caer en equívocos en casi cada frase. Sin embargo, si el cristianismo había de hacer
una conquista tanto moral como intelectual del mundo, era necesario para la iglesia
haberse explicado exactamente la completa gloría de su Señor y el significado de su
obra salvadora. Por supuesto, Jesús había tenido en su mente una comprensión tanto
de lo que fue como de lo que hizo, tan clara como la luz del sol. Pero era uno de los
aspectos más patéticos de su ministerio terrestre el hecho de que no podía declarar
toda su mente a sus seguidores. Ellos no eran capaces de llevarla; eran demasiado
rudos y limitados para entenderla. Jesús tenía que llevarse del mundo sus más
profundos pensamientos sin haberlos expresado, confiando con una fe sublime en que
el Espíritu Santo guiaría su iglesia en el curso de su desarrollo subsiguiente. Aun lo que
él expresó fue entendido muy imperfectamente. Había una inteligencia, es cierto, en el
círculo original de los apóstoles, de las más bellas cualidades y capaz de remontarse a
las mayores alturas de la especulación. Las palabras de Cristo penetraron en la mente
de Juan, y, después de haber quedado en ella por medio siglo, aparecieron y crecieron
en las admirables formas en que las heredamos en su Evangelio y Epístolas. Pero aun
la mente de Juan no era apropiada a las exigencias de la iglesia; era demasiado fina,
mística y rara. Sus pensamientos son aún hoy día la posesión especial de las
inteligencias más ilustradas y espirituales. Se necesitaba de un hombre de pensamientos
más vastos y más sólidos, que bosquejara el primer contorno de las doctrinas
cristianas; y tal hombre se encontró en Pablo.
Pablo fue un gran pensador por naturaleza. Su inteligencia fue de extensión y
fuerza majestuosas; trabajaba sin descansar; nunca fue capaz de abandonar un asunto
que tuviera entre manos, sino cuando lo había perseguido hasta sus primeras causas,
y cuando había vuelto de nuevo a demostrar todas sus consecuencias. No le era
bastante saber que Cristo fue Hijo de Dios; tenía que descomponer este hecho en sus
elementos y entender precisamente lo que significaba. No le bastaba creer que Cristo
murió por los pecadores; necesitaba más; tenía que investigar por qué fue necesario
que lo hiciera así y cómo su muerte los lavó. Pero no solamente poseía este poder
especulativo por naturaleza, sino que su talento fue desarrollado por la educación. Los
demás apóstoles eran hombres iliteratos, pero él reunía los más completos adelantos
de la época. En la escuela rabínica aprendió la manera de arreglar, afirmar, y defender
sus ideas. Tenemos la prueba de todo esto en sus epístolas, que contienen la
explicación mejor que el mundo posee del cristianismo. El verdadero modo de verlas es
considerarlas como la confianza en las enseñanzas propias de Cristo. Ellas contienen
los pensamientos que Cristo no expresó cuando estuvo en la tierra. Por supuesto,
Jesús las hubiera expresado de una manera diferente y mucho mejor. Los
pensamientos de Pablo en todo tienen el colorido de sus propias peculiaridades
mentales; pero en sustancia son los mismos que los de Cristo, si él los hubiera
expresado.
Hubo especialmente un gran asunto que Cristo tenía que dejar sin explicación: su
muerte. Él no podía explicarlo antes de que sucediera. Este fue el tema principal del
pensamiento de Pablo: enseñar por qué la muerte de Cristo fue necesaria y cuáles
fueron sus benditos resultados. Pero en realidad no hay ningún aspecto de la vida de
Cristo que no fuera penetrado por su mente infatigable e investigadora. Sus trece
epístolas, cuando están arregladas en orden cronológico, demuestran que su mente de
continuo penetraba más y más en lo profundo del asunto. Los progresos de sus
pensamientos fueron determinados en parte por los progresos naturales de su propia
experiencia en el conocimiento de Cristo, porque siempre escribió de su propia
experiencia; y en parte por las varias formas de error con las cuales tenía que
encontrarse constantemente. Estas vinieron a ser medios providenciales para estimular
y desarrollar su comprensión de la verdad; así como en la iglesia cristiana la aparición
del error ha sido el medio de excitar las más claras afirmaciones de doctrina. Sin
embargo, el impulso gobernante de su pensamiento como de su vida siempre fue
Cristo; y fue su devoción eterna a este inagotable tema lo que le constituyó en el gran
pensador del cristianismo.
En tercer lugar, el cristianismo obtuvo en Pablo al misionero a los gentiles. Es raro
encontrar unido el más alto poder especulativo con la mayor actividad práctica; pero en
él estuvieron unidas ambas cosas. No solamente fue el pensador más grande de la
iglesia, sino el obrero más infatigable que ésta haya poseído. Hemos considerado la
tarea especulativa que le aguardaba cuando se unió con la comunidad de los
cristianos. Pero hubo una tarea práctica no menos estupenda que también le
aguardaba. Esta fue la evangelización del mundo gentil.
Uno de los grandes objetos de la venida de Cristo fue romper el muro de
separación entre judíos y gentiles y hacer las bendiciones de salvación propiedad de
todos los hombres sin distinción de raza o idioma. Pero no le fue permitido llevar este
cambio a la realización práctica. Fue una de las extrañas restricciones de su vida
terrestre, el ser enviado solamente a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Fácilmente puede imaginarse cuánto congenió dicha tarea con su corazón
intensamente humano, para llevar el evangelio más allá de los límites de Palestina y
proclamarlo de nación en nación. Pero él fue quitado en la mitad de sus días, y tenía
que dejar la tarea para sus seguidores.
Antes de la aparición de Pablo en la escena, la ejecución de dicha obra había ya
comenzado. Se habían disipado parcialmente las preocupaciones de los judíos, el
carácter universal del cristianismo en cierto grado había quedado establecido, y Pedro
había dado acceso a los primeros gentiles en la iglesia por el bautismo. Pero ninguno
de los primeros apóstoles se había colocado a la altura de la emergencia. Ninguno de
ellos pudo comprender la idea de una igualdad perfecta de judío y gentil, y aplicarla a
todas las consecuencias prácticas; y ninguno de ellos tenía la combinación de dones
necesaria para aventurarse en la conversión del mundo gentil en grande escala. Ellos
fueron pescadores de Galilea, bastante aptos para enseñar y predicar dentro de los
límites de Palestina; pero más allá de Palestina estaba el gran mundo de Grecia y
Roma; el mundo de grandes poblaciones, de poder y cultura, de placeres y
ocupaciones. Se necesitaba un hombre de ilimitadas aptitudes, de educación, de
inmensa simpatía humana, para ir allá con el mensaje del evangelio. Un hombre que no
solamente fuera un judío a los judíos, sino un griego a los griegos, un romano a los
romanos, un bárbaro a los bárbaros; un hombre que no solamente se encontrara con
rabíes en sus sinagogas, sino con orgullosos magistrados en sus cortes y con filósofos
en sus centros de educación; un hombre atrevido, que viajara por tierra y por mar, que
demostrara su presencia de ánimo en todas circunstancias y que no se acobardara por
dificultad alguna. Ningún hombre de talla semejante perteneció al círculo de los
primeros apóstoles, pero el cristianismo necesitaba uno de tales condiciones y lo
encontró en Pablo. Originalmente apegado de un modo más estricto que cualquier otro
de los apóstoles a las peculiaridades y prevenciones del exclusivismo judaico, apartó
su camino del matorral de estas distinciones, aceptó la igualdad de todos los hombres
en Cristo, y aplicó inflexiblemente ese principio en todos sus fines. Dio su corazón a la
misión entre los gentiles, y la historia de su vida es la historia de cuan sincero fue en su
vocación. Nunca hubo tal sencillez de atención y tal entereza de alma. Nunca hubo
energía tan incansable y sobrehumana.
Nunca hubo tal acumulación de dificultades tan victoriosamente dominadas, ni de
sufrimientos, motivados por la defensa de causa alguna, tan alegremente sobrellevados.
En él estaba Jesucristo para evangelizar al mundo, haciendo uso de sus
manos y de sus pies, de su lengua, su cerebro, y su corazón, para hacer la obra que no
le había sido posible hacer personalmente a causa de los límites de la misión que tenía
que cumplir.
***
Capítulo 2
SU PREPARACIÓN INCONSCIENTE
PARA SU OBRA
Fecha y lugar de su nacimiento
Las personas cuya conversión ha tenido lugar en la edad adulta, suelen ver
retrospectivamente hacia el período de su vida anterior a su conversión, con tristeza y
vergüenza, y desean que una mano obliteradora lo borre del registro de su existencia.
San Pablo experimentó con fuerza este mismo sentimiento; hasta el fin de sus días
estuvo rodeado por el espectro de sus años perdidos, y solía decir que él era el menor
de todos los apóstoles, que no era digno de ser llamado apóstol, porque había
perseguido a la iglesia de Dios. Pero estos pensamientos sombríos sólo son
parcialmente justificables. Los propósitos de Dios son muy profundos, y aun en
aquellos que no le conocen, puede estar sembrando semilla que solamente germinará
y producirá el fruto mucho tiempo después que éstos hayan terminado su carrera
impía. Pablo nunca hubiera sido el hombre que llegó a ser, ni hubiera hecho el trabajo
que hizo, si en los años precedentes a su conversión no hubiera tenido un curso
designado de preparación que lo hiciera apto para su carrera por venir. El no conocía
para qué estaba siendo preparado; sus propias intenciones para el futuro eran
diferentes de las de Dios; peto hay una divinidad que dispone nuestros fines, y ella lo
hizo una flecha aguda para la aljaba de Dios, aunque él no lo sabía.
La fecha del nacimiento de Pablo no se conoce exactamente, pero puede fijarse
con aproximación, lo cual es suficiente para el propósito práctico. Cuando en el año 33
d.C. los que apedrearon a Esteban pusieron sus capas a los pies de Pablo, era "un
joven". Tal término en verdad, en el original griego es muy amplio y puede indicar una
edad comprendida entre veinte y treinta años. En este caso probablemente se refiere,
mejor que al primero, al último límite; pues hay razón para creer que en este tiempo, o
poco después, fue miembro del concilio, oficio que ninguno que no tuviera treinta años
de edad podía obtener; y la comisión que inmediatamente después recibió del concilio
para perseguir a los cristianos apenas habría sido confiada a un joven. Treinta años
después de haber lamentablemente participado en el asesinato de Esteban, en el año
62 d.C., se hallaba en una prisión en Roma esperando la sentencia de muerte por la
misma causa por la que Esteban había sufrido; y cuando escribía una de sus últimas
epístolas, la de Filemón, se llamaba "anciano". Este último término, también, es muy
amplio, y un hombre que ha pasado por muchos sufrimientos muy bien puede
considerarse de más edad que la que tiene; aunque apenas podría tomar el nombre de
"Pablo el anciano" antes de los sesenta años de edad. Estos cálculos nos conducen a
creer que nació casi en el mismo tiempo que Jesús. Cuando el niño Jesús jugaba en
las calles de Nazaret, el niño Pablo jugaba en las calles de su ciudad natal, al otro lado
de las cumbres del Líbano. Parecían tener carreras totalmente distintas; sin embargo,
por el arreglo misterioso de la Providencia, estas dos vidas, como caudal que corre de
fuentes opuestas, un día, cual río y tributario, habrían de unirse.
El lugar de su nacimiento fue Tarso, capital de la provincia de Cilicia al sudeste del
Asia Menor. Estaba a unas cuantas millas de la costa en medio de un llano fértil, y
situado sobre las dos orillas del río Cidno, que descendía de las montañas vecinas del
Tauro, en cuyas nevadas cimas era la costumbre de los habitantes del país contemplar,
en las tardes de verano, desde los techos llanos de sus casas, la belleza de la puesta
del sol. Arriba de la ciudad, no lejos de ella, el río se arrojaba sobre las rocas en gran
catarata, pero abajo venía a ser navegable, y dentro de la ciudad sus orillas estaban
cubiertas de muelles donde se reunían las mercancías de muchos países, mientras los
marineros y comerciantes, vestidos según las costumbres de diferentes razas, y
hablando diversos idiomas, constantemente se encontraban en las calles. Tarso hacía
un comercio extenso en maderas, en las cuales abundaba la provincia, y en el fino pelo
de las cabras que a millares eran apacentadas en las montañas vecinas. Este era
empleado en hacer una especie de paño burdo y en la fabricación de varios artículos;
entre los cuales, las tiendas, como las que después Pablo se ocupaba en coser,
formaban un extenso artículo de cambio por todas las costas del Mediterráneo. Tarso
era también el centro de intenso transporte mercantil; pues, atrás de la ciudad, un
famoso paso llamado las Puertas Milicianas conducía a las montañas de los países
centrales de Asia Menor; y Tarso era el depósito adonde se llevaban los productos de
estos países para ser distribuidos por el Oriente y el Occidente. Los habitantes de la
ciudad eran numerosos y ricos. La mayoría eran cilicianos nativos, pero los
comerciantes más ricos eran griegos. Estaba la provincia bajo el dominio de los
romanos, viéndose en la capital las señas de su soberanía, aunque Tarso gozaba el
privilegio de gobierno propio. El número y variedad de habitantes crecían aún ma’s por
el hecho de que Tarso no solamente fue el centro del comercio sino también el asiento
de la instrucción. Era una de las tres principales ciudades universitarias establecidas en
aquella época, siendo las otras dos Atenas y Alejandría; y se dice que sobrepujaba a
sus rivales en eminencia intelectual. En sus calles se veían estudiantes de muchos
países, espectáculo que no podía sino despertar en las jóvenes inteligencias
pensamientos acerca del valor y objeto de la instrucción.
¿Quién dejará de ver cuan a propósito fue que el apóstol de los gentiles naciera en
este lugar? En cuanto él crecía se preparaba inconscientemente para encontrarse con
hombres de todas clases y razas, para simpatizar con la naturaleza humana en todas
sus variedades, y tolerar la mayor diversidad de hábitos y costumbres. En su vida
posterior siempre fue amante de las ciudades. Mientras su Maestro huyó de Jerusalén
y gustaba de enseñar en las montañas o en las orillas de los lagos, Pablo
constantemente se movía de una gran ciudad a otra. Antioquia, Efeso, Atenas, Corinto,
Roma, las capitales del mundo antiguo, fueron los lugares de su actividad. Las palabras
de Jesús’ son peculiares del campo y abundan en pinturas de su belleza tranquila y del
trabajo del hogar: los lirios del campo, las ovejas que siguen al pastor, el sembrador en
el surco, el pescador que arroja sus redes. Pero el lenguaje de Pablo está impregnado
con la atmósfera de la ciudad y como activado por el movimiento y confusión de las
calles. Su imaginación está poblada de escenas de la energía humana y de
movimientos de la vida culta: el soldado con su armadura completa, el atleta en la
arena, el constructor de casas y templos, la triunfal procesión del general victorioso.
Tan duraderas son las asociaciones del niño en la vida del hombre.
Su hogar

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